Conexiones Absurdas
«Cuando la gente que llega y las puertas que se abren parecen no tener ningún sentido.»
Hace unas semanas, después de escribir sobre Rinaldo Texidor, me topé con varios de sus videos de los años 90 que alguien subió a YouTube. Recientemente, en la madrugada helada después de la primera nevada del invierno, salí a conducir con un café recién hecho y uno de sus mensajes sobre las alianzas resonando en el auto.
En un momento, mi mente divagó hacia el tejido de mi suéter. Pensaba en cómo cada hilo, por sí solo, es frágil y aparentemente insignificante. Sin embargo, cuando se entrelazan, forman algo resistente, capaz de soportar la presión y el frío. Así son las alianzas. Esas conexiones que parecen surgir de la nada, pero que, al mirar atrás, te das cuenta de que estaban diseñadas para sostenerte en los momentos más difíciles de la vida.
Más que amistad, más que compañerismo
Las alianzas no son simples amistades ni encuentros casuales. Escuchaba a Texidor decir que van mucho más allá de intereses compartidos o apoyo puntual. Una alianza es un compromiso que trasciende las circunstancias, una unión de propósitos que puede redefinir tu destino.
Yo lo imagino así: piensa en un vagón del metro de Nueva York en plena hora pico, donde no cabe ni un alma más. Ahora, imagina que a cada persona se le entrega una pieza de un rompecabezas y se les dice que deben encontrar a las cuatro personas con las piezas que encajan con la suya. En ese momento, no importa la cultura, el idioma, la edad o la razón por la que están allí. Lo único importante es la conexión, porque esa conexión es lo que les permitirá salir de esa situación.
Recuerdo una frase que escuché hace años: «Una alianza no siempre tiene sentido, pero siempre tiene propósito.» Y esa verdad resuena profundamente. Una alianza implica asumir las cargas del otro como propias, llorar con sus lágrimas y alegrarse con sus victorias. Va más allá de lo lógico, porque no busca beneficios inmediatos, sino cumplir un propósito eterno.
Ejemplos de alianzas improbables
La historia de Rut y Noemí nos regala un ejemplo hermoso de este tipo de relación. Rut, una joven viuda sin obligación alguna hacia su suegra, decidió unirse a ella en un acto que desafiaba toda lógica. Dejó su tierra, su gente y su seguridad para caminar junto a una mujer que parecía no tener nada que ofrecerle. Su compromiso fue tan profundo que dijo: «Donde tú vayas, yo iré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios.»
Otro ejemplo es Jonatán, el príncipe heredero de Israel, quien hizo un pacto con David, un joven pastor que había matado a un gigante y despertado los celos del rey. Jonatán le dijo: «Yo sé que tú serás el próximo rey, y no tengo problema en ser tu segundo.» Una alianza que no buscaba poder ni reconocimiento, sino cumplir el propósito de Dios.
En mi propia vida, recuerdo una conexión especial en un autobús. Ruty y yo volvíamos de una conferencia a la que habíamos asistido con un presupuesto ajustado. En ese viaje, un pasajero me reconoció de la conferencia y comenzamos a hablar. No solo compartimos el trayecto, sino que lo invitamos a descansar en nuestra casa antes de que continuara su ruta hacia Colombia. Esa conexión, aparentemente casual, abrió puertas que no imaginé. Durante los dos años siguientes, Dios me permitió viajar por toda Colombia enseñando, gracias a esa amistad que comenzó en un autobús en malas condiciones.
El costo y la recompensa de una alianza
Las alianzas no son fáciles. A menudo implican dejar la comodidad, arriesgarse y exponerse al dolor. He visto cómo estas relaciones pueden llevarte a lugares inesperados y enfrentarte con desafíos que parecen imposibles. Pero también he visto cómo, en medio de esas conexiones, Dios obra de maneras que trascienden nuestra comprensión.
He aprendido que, en una verdadera alianza, lo que le duele al otro te duele a ti. Lo que afecta a uno, impacta al otro. Y aunque no siempre es sencillo, siempre vale la pena. Porque en ese compromiso mutuo, Dios entreteje propósitos más grandes que nosotros mismos.
Sigo pensando en las personas que Dios ha usado para bendecirme y en aquellas para las que, como familia, hemos sido una puerta de favor. Estoy agradecido por los que han venido y los que vendrán. Y oro para que Dios me dé sabiduría para reconocer las conexiones que Él prepara, no por ganancia o beneficio, sino por propósito: Su propósito.
En Dios haremos proezas,
SIMÓN