El verdadero valor de la amistad
Vengo en el carro tomándome mi latte caliente y escuchando “García”, la canción con la que Kany García acaba de ganar el Latin Grammy como Cantautora del Año. Aunque la tengo en uno de mis playlists desde hace más de seis meses, cada vez que la oigo canto a todo gañote (como decimos en mi país) esa parte del coro que dice: “Voy soltando lo que pesa, voy sanando mi cabeza, estoy con quienes me interesa y tengo en mi esquina a los más bravos, aunque hoy seamos menos.” Hoy, al igual que en las últimas semanas, me encuentro reflexionando sobre el verdadero valor de la amistad. Esta reflexión me hizo recordar la historia de un hombre que, enamorado de una princesa, quiso demostrarle su amor incondicional. Ella, para probar su lealtad, le pidió que esperara 100 días y noches frente a su castillo sin moverse. Él, decidido, soportó el calor, la lluvia y el frío durante 99 días. Pero, cuando faltaban unas horas para completar la prueba, se levantó y se fue.
Cuando alguien le preguntó por qué había abandonado, respondió: “Si alguien puede verme sufrir tanto y no intervenir, no merece mi amor.” Esta historia me hizo pensar en el tipo de amigo que soy, el que quiero ser y, aún más, en el tipo de amigos que espero tener en mi vida.
Muchas veces pensamos que una amistad real es simplemente “estar ahí” o cumplir con frases políticamente correctas como: “Cualquier cosa me avisas” o “¿Por qué no me dijiste?”. Sin embargo, estoy cada vez más convencido de que la verdadera amistad requiere algo más: acción, cuidado y empatía. Siempre he pensado que el modelo de amistad real es como la de David y Jonatán en la Biblia: una conexión tan profunda que no depende de las circunstancias, sino del amor desinteresado.
Jonatán amaba a David, no porque fuera fácil o conveniente, sino porque algo más profundo los unía, un amor que lo llevó a hacer lo que fuese necesario, incluso desafiar a su propio padre. Experiencias recientes me han llevado a cuestionar profundamente lo que implica la amistad. Y aunque todavía tengo mucho por aprender (y mejorar), creo que el secreto está en el balance: la fidelidad de Jonatán y el amor propio del hombre de la historia.
La fidelidad para ser el amigo que mis amigos realmente necesitan y el amor propio para saber cuándo es el momento de recoger e irse, aunque hayan pasado 99 días. Estas experiencias me han enseñado que la verdadera amistad no se trata solo de compartir buenos momentos, un café y muchas risas, sino de estar realmente presente cuando las cosas no son fáciles. Ahora me hago la pregunta más difícil: ¿Estoy siendo el tipo de amigo que espero tener? Como escuché decir recientemente: ¿Mis amigos no solo entienden mi idioma, sino también mi “dialecto”, esa conexión más íntima y auténtica? Quiero ser un amigo que no solo observa el sufrimiento de otro y manda el respectivo mensaje de: “Orando por ti”, sino alguien que actúa, que interviene, que levanta las manos y que todavía se toma fotos con su amigo, aunque sea el cancelado de turno.
Espero ser eso para quienes me regalan el privilegio de llamarse mis amigos, y pido al Padre poder encontrar un par de ellos en el camino. En Dios haremos proezas, SIMÓN